miércoles, 13 de abril de 2011

SOBRE LOS MÚSICOS Y LA NATURALEZA


La naturaleza siempre ha sido música. Todo lo que ocurre en nuestro entorno natural tiene su sonido, una veces tenue y otras, explosivo. Los compositores de todos tiempos se han fijado en los sonidos de la naturaleza y los han llevado de una u otra manera a su música.

La primera entrada de este blog hablaba del concierto Música y Naturaleza ofrecido por la orquesta intantil y juvenil EOS en el Auditorio Nacional el pasado 9 de abril. Dado lo interesante del tema y para completar la información, reflejamos aquí parte de las Notas al Programa de este concierto firmadas por Inmaculada López:

La naturaleza ha estado siempre presente en la música clásica y ha sido fuente de inspiración de los compositores a lo largo la historia. Gustav Mahler, el autor de La Canción de la Tierra, decía: Mi música es, siempre y en toda su extensión un sonido de la Naturaleza. Mahler pensaba que muchos ritmos y temas básicos de la música tenían su origen en la Naturaleza, "que generosamente nos los ofrece cargados de significado en cada sonido animal". El alba y la medianoche, los ríos y los mares, la tempestad y la calma, la fauna y la flora han sido reflejados en la música a través de lenguajes muy diferentes, a través de la descripción, la imitación, la evocación y incluso con el apoyo de la palabra y la poesía en el caso de la música vocal.

En una de las obras más populares de la Historia de la Música, Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, podemos disfrutar de la atmósfera bucólica de la primavera, sobrecogernos con una poderosa tormenta de verano, compartir el ambiente de la vendimia, y sentir la lluvia y el frío del invierno. Haydn mostró también su amor por la naturaleza con su oratorio Las Estaciones (1801), título que escogió también el músico ruso Alexander Glazunov para un ballet compuesto en 1900. Y si continuamos con las estaciones del año, no podemos olvidarnos de La Consagración de la Primavera de Stravinsky, una de las principales obras del siglo XX, un ballet que nos habla de ritos atávicos, pero cuyo explosivo comienzo, según explicó el propio compositor evoca el comienzo de la primavera en San Petersburgo y el estruendo que producen al quebrarse los grandes bloques del hielo del río de Neva.

La pastoral era un tipo de música muy frecuente en el XVIII que nos describía la vida en el campo. A Beethoven, gran amante de la naturaleza, le gustaba dar largos paseos por los alrededores de Viena y alejarse así del bullicio de la ciudad. Sinfonía pastoral fue el título elegido por Beethoven para su 6ª Sinfonía (1808). Y aunque para él la música es más "expresión de sentimientos, antes que descripción", la 6º sinfonía nos describe tormentas, fiestas campestres, escenas junto a un arroyo y el canto de pájaros como el ruiseñor, la codorniz y el cuclillo. Si de sinfonías seguimos hablando, tenemos algunas más como la Sinfonía Alpina de Richard Strauss, que nos describe el ascenso a un pico de los Alpes y el regreso al valle desde el amanecer hasta el anochecer en un recorrido que pasa por bosques, prados floridos, arroyos, cascadas y glaciares, sin olvidar los instantes de peligro, la vista desde la cima, la niebla y la tempestad.

La primera sinfonía del compositor inglés Vaughan Williams se llama Sinfonía Marina (1903-1909 y la séptima Sinfonía Antártica, basada en la música que compuso para la película Scott of the Antartic. Y es que el mar ha sido también fuente de inspiración de muchos autores como, por ejemplo, Claude Debussy con su obra La mer.

En fin, hablar de la naturaleza en la música es un mundo casi inabarcable porque los músicos han hablado en sus obras de estaciones, elementos, flora y fauna de todo tipo y hasta de los planetas. Die Forelle (La trucha) ha sido el pez más famoso de la música gracias al trabajo de Schubert. Saint-Saëns nos dejó un Carnaval de los animales, con espacio para burros, elefantes, tortugas y hasta pianistas. ¡Y qué decir de las flores! Violetas y rosas han dado mucho que decir a poetas y músicos. Y no podemos dejarnos los momentos del día: un amanecer como de La mañana de Peer Gynt (Grieg, 1874); o paisajes como Pinos de Roma (Respighi, 1923).

Decía Beethoven:
 

Me preguntaréis de dónde tomo mis ideas. No puedo decirlo con grado de certeza alguno: acuden a mí sin invitación, directa o indirectamente. Podría casi tomarlas en mis manos, al aire libre en la naturaleza, en los bosques, durante mis paseos, en el silencio de la noche, durante los primeros albores. Las despiertan estados de ánimo, que, en el caso de poeta, se transmutan en palabras, y en El mío, en sonidos, que resuenan, rugen y braman, hasta que, por fin, asumen para mí la forma de notas.

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