miércoles, 24 de agosto de 2011

DEBUSSY: PRELUDIO A LA SIESTA DE UN FAUNO, PRELUDIO DE UNA NUEVA ERA


La siesta, otro de los deleites del verano, para aquellos que pueden gozar de unos días de descanso,  puede ser también un motivo para hablar de buena música. Preludio a la siesta de un fauno de Claude Debussy (1862-1918) es una  obra muy corta –sólo dura 10 minutos-  pero, como pasa muchas veces, la brevedad no tiene que ver con la importancia. La orquesta de la Sociedad Nacional de París, dirigida por Gustave Doret, estrenó la obra un 22 de diciembre de 1894.  Esos diez minutos de música mostraban nuevos caminos en el mundo de la composición. 

Un preludio a la música del siglo XX

La obra ofrecía a los oídos de aquel público un encadenamiento de sonoridades nuevas y una música liberada, sin obligaciones tonales, que no se atenía a los cánones establecidos, aunque con una estructura precisa sobre la que se sostiene una aparente sensación de improvisación.

Preludio a la siesta de un fauno fue la primera obra importante de Debussy y está inspirada en es un extenso poema simbolista  de Stéphane Mallarmé, que a su vez había sido  ilustrado con grabados del pintor impresionista Manet. Años más tarde, en 1912,  el bailarín ruso Vaslav Nijinski coregrafió la música. Debussy había proyectado componer tres piezas: Preludio, Interludio y Paráfrasis final, pero finalmente, solo completó, el preludio.

El público que acudió al estreno escuchó algo inusual. La orquestación tampoco era la habitual: no hay  trompetas, ni trombones; solo trompas. Y no hay más percusión que unos platillos antiguos. Debussy buscó el predominio de los instrumentos de viento-madera (flautas, oboes, corno inglés, clarinetes y fagotes) para conseguir la sonoridad perseguida  y crear esa atmósfera de ensoñación.  Por supuesto, la orquesta está integrada también por los instrumentos de cuerda, y las arpas. Un sugerente solo de flauta de evocación oriental da comienzo a la obra.Se trata de música programática: un joven fauno se adormece a la sombra de los árboles en una tarde de intenso calor, pero las ninfas que corretean en el bosque interrumpen su siesta.

Debussy y el impresionismo

Debussy pertenecía a una familia humilde. Su padre tenía una tienda de cerámica en Saint-Germani-en-Laye. Empezó a estudiar música gracias a su  tía  y madrina, Clementine Debussy, y con 10 años fue admitido en el Conservatorio de París.   Fue un alumno atrevido y con sus “acordes prohibidos”  tuvo en vilo a su profesor de armonía,  Emile Durand.  Su manera de mezclar los sonidos en el piano con la utilización insistente del pedal tampoco gustaba a su profesor de piano. Sin embargo, a su profesor de solfeo, Albert Lavignac, le llamaba la atención su curiosidad por los sonidos “menos académicos” y le inició en la música Wagner. Debussy revolucionó la armonía en Francia pero no le dieron un solo premio en esta asignatura mientras estuvo en el Conservatorio.  

Se considera a Debussy como uno de los compositores más destacados de la música impresionista.  El impresionismo fue primero un movimiento pictórico y el término se aplicó después a la música, para definir la capacidad de evocación o creación de atmósferas a través de las armonías y los timbres. No toda la música que compuso Debussy puede definirse como impresionista e incluso a él no le gustaba demasiado el  término. Sea como fuere, se trata de un compositor cuya música ha tenido gran influencia en los músicos que le siguieron.  Aparte del Preludio a la siesta de un fauno, es autor de otras obras muy importantes como Nocturnos, el bosquejo sinfónico La mer (El mar) y la ópera Pelléas et Mélisande,  además de  la obra pianística, vocal y de cámara.

Fragmento del poema La siesta de un fauno de Mallarmé

….¡Qué no! por el inmóvil y cansado desmayo

de calor sofocando la matinal frescura,

no murmura agua alguna que no vierta mi flauta

al otero rociado de acordes; sólo el aire

pronto a exhalarse fuera de los dos tubos, antes

que disperse el sonido en infecunda lluvia,

es, en el horizonte de línea perfecta,

el invisible y sereno aliento artificial

de toda inspiración que hasta el cielo retorna…




viernes, 12 de agosto de 2011

LES NUITS D' ÉTÉ (LAS NOCHES DE VERANO) DE BERLIOZ : SEIS CANCIONES DE AMOR PARA LAS NOCHES DE ESTÍO

                      
A Hector Berlioz (1803-1869) le conocemos por sus grandes obras, especialmente por su Sinfonía Fantástica, el Réquiem, Romeo y Julieta o La condenación de Fausto. Pero este músico francés, que no fue profeta en su tierra, y a quien sus compatriotas criticaban todo lo que hacía -suele pasar cuando uno es innovador y original-,  compuso también música de pequeño formato. Hablamos de canciones. Una propuesta muy adecuada para estos días es su ciclo Les nuits d’été (Las noches de verano), seis canciones de amor compuestas entre  1840 y 1841.
En Les nuits d’été (Op. 7), Berlioz puso música a seis poemas de Théophile Gautier, escritor, poeta y periodista romántico que era vecino de Berlioz en París. En un principio fueron caciones para voz (mezzosoprano o tenor) y piano. Posteriormente el compositor orquestó las seis canciones dando así lugar al primer ciclo importante de canciones orquestales.

Los títulos de las seis canciones son:  Vilanelle (Canción campesina); Le spectre de la rose (El espectro de la rosa); Sur les lagunes: Lamento (En las lagunas); Absence (Ausencia); Au cimetière: Clair de lune (En el cementerio: Claro de luna); y L’île inconnue (La isla desconocida).   

Berlioz dedicó el ciclo, en su versión para voz y piano,  a Louise Bertin, hija del editor del Journal de débats, publicación en la que el músico colaboraba.  La primera canción que orquestó fue la cuarta, Absence,  para que la cantara Marie Recio, que era su amante y con la que se casó años más tarde, tras la muerte de su primera esposa, la famosa actriz Harriet Smithson. Años más tarde orquestó el resto de las canciones para su publicación en 1856. Es en su versión orquestal estas canciones, dedicadas todas ellas a cantantes,  adquieren más plenitud  y belleza y pueden incluirse entre las creaciones más importantes de Berlioz.

 
Las seis canciones de amor son muy diferentes entre sí. Las cuatro centrales son lentas, y la primera y la última, rápidas.  La primera, Vilanelle, es un canto a la primavera de carácter ligero, sencillo y delicado. El espectro de la rosa, dedicada a la contralto Gotha Anne-Rose Falconi, a la que le músico había escuchado en Londres, nos presenta una melodía sugerente y cálida que bien puede evocar el calor del verano. La canción, introducida por solos de violonchelo, flauta y clarinete,  habla de una joven a la que se le aparece el espectro de una rosa que ella llevó en el baile de la noche anterior. En las lagunas, que en un principio se tituló Lamento: La canción del pescador, que dedicó al cantante de Weimar Feodor Milde, es una melancólica melodía cuyo acompañamiento nos recuerda el movimiento de las olas. Para la cantante  Madelaine Nottès, que interpretó el papel de Margarita en el Faust de Berlioz en 1853, fue la dedicatoria de Ausencia, una canción en la que se pide el regreso de la amada. En el cementerio, a la luz de la luna: es una melodía de profunda tristeza y desasosiego dedicada al tenor Caspari.  Y cierra el ciclo, una canción de espíritu mucho más alegre y exótico, La isla desconocida, dedicada a Rosa von Milde. El título original del poema de Gautier era Barcarola y Berlioz puso a la melodía ritmo de canción veneciana

jueves, 4 de agosto de 2011

LOS MÚSICOS TAMBIÉN QUIEREN VACACIONES




Nada mejor que el verano para hablar de música compuesta en los cálidos días del estío. Hoy vamos a referirnos a una famosa obra que se compuso en un verano, en el de 1772, y que fue el resultado de un "conflicto laboral", la Sinfonía nº 45 en Fa sostenido menor de Haydn, conocida popularmente como Sinfonía de los adioses, del adiós, o Sinfonía de la despedida.

El sobrenombre de la composición no tiene que ver con una despedida sino con las quejas de los músicos que servían a una aristocrática familia húngara, los Esterhazy, que tenían varios palacios, el más importante en Einsenstadt. El compositor austriaco Joseph Haydn trabajó para ellos durante muchos años. Cuando llegaba el verano, la familia se trasladaba a su lujosa residencia de Esterhaza, un palacio al estilo de Versalles que poco tenía que ver con una casa de campo. Con ellos viajaban los músicos, imprescindibles para conciertos y representaciones de ópera que organizaban para los invitados. El príncipe Nicolás alargaba cada vez más sus periodos de estancia en Esterhaza, cuestión que afectaba, y no poco, a todos los que le servían. Esto es lo que ocurrió en el verano de 1772. Los músicos estaban hartos. Llevaban mucho tiempo sin ver a sus familias, que se habían quedado en la ciudad. Haydn tuvo una idea y la idea quedó plasmada en una sinfonía, la nº 45 en Fa sostenido menor, una tonalidad poco corriente. Lo curioso de esta sinfonía es que, a los cuatro movimientos habituales, Haydn añadió un quinto: un movimiento lento en que los músicos no terminan al mismo tiempo. Cada vez que un músico terminaba su parte, apagaba la vela, cogía su partitura, se levantaba y se marchaba en silencio… y así sucedió hasta que quedaron solo dos violines que tocaron los 14 últimos compases. Al terminar la música, el público sorprendido vio como la sala quedaba a oscuras y ¡sin músicos!.
Parece que el príncipe Esterhazy, que tenía en mucha estima a Haydn, captó la indirecta y entendió las razones de los músicos, que pronto pudieron volver a sus casas. En muchas ocasiones el concierto se interpreta así, los músicos se levantan en cuanto terminan su parte y abandonan el escenario.
Haydn sirvió durante durante 30 años al Príncipe Esterhazy. Tenía que vestir librea como los criados y comía con ellos. Esa era la categoría de un músico en aquella época. Y además, el príncipe tenía todos los derechos sobre su obra, aunque con el tiempo esta clausula cayó en el olvido. Pero la creatividad de Haydn supo sacar partido de esta situación, que el propio músico definía así:


Mi príncipe estaba satisfecho de todos mis trabajos, recibía su aprobación. Mis funciones de director de orquesta me permitían hacer toda suerte de experimentos, observar la impresión producida, mejorar lo que era flojo, añadir, cortar, ser osado. Vivía aislado del mundo, nadie de mi entorno podía incitarme a dudar de mi mismo, importunarme. Así es forzoso se original.

A pesar de su aparente aislamiento, la fama de Haydn y de sus obras se extendió por Europa, en gran parte gracias a los ilustres visitantes, mucho de ellos artistas, que acudían a escuchar los conciertos y representaciones de ópera. Tan distinguido publicó tenía a Haydn al día de lo que ocurría en el mundillo musical de la época. Nicolás Esterhazy murió en 1790. Su sucesor no era amante de la música, así que liberó a Haydn y tuvo el detalle de mantenerle el sueldo. Así fue como el compositor, casi con 60 años, comenzó a viajar por Europa. Su primera gira, con un gran éxito, le llevó a Inglaterra.